Erikenea, -del 31-VIII-05 al 31-III-07-

domingo, enero 15

Los militares del siglo XXI

Lo difícil no es hacer la guerra, sino construir la paz. La misión militar no es invocar al art. 8º, es respetar y hacer respetar la decisión mayoritaria y democrática de la ciudadanía.

Es cierto que hay gente a la que le gustaría reproducir el modelo franquista, aunque no creo, “toco madera”, que al día de hoy sea mucha por el enorme anacronismo que supondría. Es verdad que la derecha española, la de Aznar y Rajoy, con la ayuda de varios medios de comunicación, desbarra algo últimamente, pero eso no quiere decir que sea totalitaria. Tampoco hay hoy, que se sepa, mayoría de militares golpistas, aunque haberlos los hay, y para muestra, las declaraciones de algunos de ellos en cuanto les pones un vino gratis en una de sus fiesta, por ejemplo la “Pascua Militar”, y un micrófono delante.

Y tras estas “peligrosas declaraciones de principios” de algunos, bien jaleadas y difundidas por otros, me pregunto: Estos militares, este tipo de ejercito, ¿debemos seguir manteniendo?

A mi me parece bien que los militares opinen, que no se les prohíba hacerlo en público, sobre todo porque se les deje hacerlo o no, van a seguir manifestando sus opiniones, vía cónyuge, vía portavoces de plataformas seudo clandestinas, etc…

Por otro lado no puedo aceptar el que se auto impongan la medalla de “patriotas” y que por el hecho de cobrar nóminas de militares se crean más defensores de la patria que profesores, pintores o jardineros. Y ya, lo que considero esperpéntico y mentiroso es el que delante de sus puestos de trabajo pongan esa tontería de “todo por la patria”, que no se lo creen ni ellos, y queda de un demodé que incluso molesta por lo ridículo que supone.

Y luego está eso del artículo 8º de la Constitución, que van ellos y lo interpretan como les sale del forro de los cojones. Los hay tan gilipollas que se creen con derecho a interpretarlo. Ya sé que la Constitución pone siempre en todo momento al poder civil por encima del militar, y es el primero el que interpreta la Constitución y las leyes y el segundo el que se limita a ejecutar las ordenes emanadas del primero, es decir, del poder civil. Pero teniendo en cuenta que hay tanto imbécil que lo interpreta de otra manera, yo me plantearía el eliminar este artículo o cambiarlo sustancialmente, para que no haya posibilidad de ninguna duda, y los “franquitos hijos de perra” de comienzos del siglo XXI no tengan ningún instrumento legal al que aferrarse para imponernos sus “patrióticas decisiones”.

Los militares, se supone, deberían estar para ayudar a construir la paz en el mundo. Esto debería requerir un cambio estratégico en la política de defensa frente a nuevos riesgos. Ni el choque de civilizaciones, ni los pozos de petróleo, ni las guerras ideológicas justifican un ejercito con militares como el teniente coronel Mena. Están para hacer que se cumpla lo que decidan la mayoría de la ciudadanía, les guste o no.

En nuestro mundo, también para nuestro Estado, el más poderoso objetivo geoestratégico, la mayor amenaza a la paz y seguridad internacionales está en la violación de los derechos humanos. "No tendremos desarrollo sin seguridad, no tendremos seguridad sin desarrollo y no tendremos ni seguridad ni desarrollo si no se respetan los derechos humanos", en palabras de Kofi Annan.

Las nuevas Fuerzas Armadas deben responder a nuevos criterios estratégicos relacionados con nuevos riesgos, a nuevas necesidades operativas y, en fin, a un conjunto de capacidades que ya no pueden ser las necesarias para unas guerras que no existen ni creemos que haya que inventarlas.

Cierto que han de estar preparados para el uso de la fuerza, pero los conflictos más habituales a los que han de enfrentarse están cada vez más próximos a funciones de mantenimiento de la paz, con trabajos de policía unas veces, otras con tareas más tradicionales como separar a contendientes o controlar el espacio aéreo, o bien a garantizar la libertad de movimientos, colaborar en la extinción de incendios o ante grandes catástrofes. Han de estar preparados para crear entornos de seguridad en lugares sin Estado, para imponer la paz con intervenciones humanitarias ante genocidios en marcha, o para proporcionar seguridad en un proceso electoral.

En fin, nuevas fuerzas de seguridad frente a nuevos riesgos.

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